Sócrates: cuando preguntar demasiado te deja sin amigos… y sin juicio

Como os comentaba ayer en el post "El telón de Aquiles" todos tenemos uno.  No importa cuántos títulos universitarios, diplomas de reconocimiento, seguidores en redes sociales o sesiones de terapia acumules: hay una parte de ti que tiembla cuando la tocan. 

En Psicología, el tendón de Aquiles no es solo una metáfora mitológica, es una radiografía emocional. Ese punto sensible que si se activa, puede desmoronar tu autoestima como un castillo de naipes en un día de viento.

Puede ser el miedo al rechazo, la necesidad de control, la obsesión por el reconocimiento, o el pánico a no estar a la altura...
Y lo más curioso: cuanto más brillante es la mente, más sofisticado suele ser el tendón. Porque incluso los genios tienen sus grietas… y en esta serie, os lo expongo con cariño, humor y bisturí filosófico.

Después de este recorrido, quedará claro que el tendón de Aquiles no discrimina: filósofos, psicólogos, existencialistas, conductistas, feministas… todos tienen su punto débil. Y eso, lejos de restarles valor, los/te hace más humanos, más cercanos, más reales.

Así que la próxima vez que te sientas vulnerable, insegur@ o emocionalmente en modo “error 404”, recuerda: estás en buena compañía. Si Nietzsche podía escribir sobre fortaleza mientras se desmoronaba, tú puedes llorar en el coche y aún así ser brillante...


Empezamos nuestro análisis con Sócrates, el filósofo que no escribió nada, pero que lo dijo todo. 
Se podría decir que Sócrates caminaba por Atenas como si fuera un terapeuta callejero, con toga, y preguntando cosas como “¿Qué es la justicia?” o “¿Estás seguro de que sabes lo que crees que sabes?”.

Pero incluso él, el padre del método socrático, tenía su punto débil, y no, no era una toga mal planchada.  Era su incapacidad para callarse cuando el poder se incomodaba.
Sócrates no sabía cuándo parar. Su método era brillante, sí, pero también molesto. 
Preguntaba, cuestionaba, desmontaba… y no siempre con tacto. 
En Psicología, esto se parece a ese amigo inoportuno que te dice “¿y tú por qué sigues en esa relación?” en medio del cumpleaños de tu pareja.

Su insistencia en incomodar al poder, en no adaptarse, en no negociar con la comodidad, lo llevó a ser acusado de corromper a la juventud y de impiedad. 
¿Resultado? Juicio, condena y cicuta.

Sócrates vivía según sus principios, incluso cuando eso significaba morir por ellos. 
Admirable, sí. Pero también poco práctico. 
Su fauxmerci filosófico hubiera sido algo como: “Gracias por tu hospitalidad, pero prefiero morir antes que retractarme”.

¿Y qué podemos aprender de su tendón? Pues que la integridad es valiosa, pero también necesita estrategia, que incomodar puede ser útil, pero no lo será si lo haces con megáfono en la plaza pública, y que el pensamiento crítico es esencial… pero también lo es saber cuándo guardar silencio para seguir pensando mañana.

Así que la próxima vez que sientas la tentación de cuestionarlo todo en la reunión de equipo, recuerda: Sócrates lo hizo… y acabó tomando cicuta. 
Tú puedes ser crític@, pero también puedes ser táctic@. 
Porque la sabiduría no está solo en preguntar, sino en saber cuándo la respuesta puede costarte ese café gratis de la oficina.

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