Viernes por la tarde.
Ahí estás, móvil en mano, mirando la pantalla como si la respuesta al sentido de la vida fuese a aparecer entre las notificaciones.
Tienes dos opciones:
1. Salir. Tal vez haya un gran plan esperándote, lleno de anécdotas que recordarás para siempre (o que olvidarás en dos días)…
2. Quedarte en casa. Paz, manta, sofá y esa serie que siempre juras que terminarás algún día.
Y la batalla interna comienza:
- Por un lado, FOMO (Fear of Missing Out / Miedo a perderse algo) empieza con su campaña de terror psicológico: “Si no sales, te perderás una gran noche. ¿Y si tus amig@s planean un viaje chulo y tú, al no estar, quedas fuera?”
- Por otro lado, JOMO (Joy of Missing Out / Placer de ignorarlo todo) responde con la calma de un monje tibetano: “Tranquil@…Si surge algo importante, te enterarás...”
Mientras tanto, la sombra de la procrastinación te observa desde lejos, disfrutando de la escena como si fuera una serie de suspense. Porque sabe que, después de mucho pensarlo, al final… no decidirás nada.
Y ahí está la verdadera tragedia: da igual si finalmente eliges salir o quedarte; lo triste es que ¡llevas 25 minutos debatiéndolo!
Así que, por si te has perdido en el caos mental, te dejo un recordatorio:
1. Tu vida no se va a arruinar por perderte una fiesta.
2. Tampoco se va a arruinar si finalmente decides ir.
Lo importante es que decidas sin tanto drama interno. Si sales, que sea porque realmente quieres, no por presión social, y si te quedas en casa, que sea porque disfrutas, no porque estés huyendo de compromisos.
Y si después de todo esto sigues sin decidir… ¡Felicidades!…acabas de perder otra media hora en el limbo de la indecisión.
Espero que mis posts te ayuden para que no te pase nuevamente lo mismo. 😉

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