A tod@s nos ha pasado alguna vez.
El día a día con su ritmo frenético y sus innumerables distracciones, nos invita a menudo a posponer tareas.
Quizá puedas justificar una o dos ocasiones en las que has quitado importancia a esa dejadez, pero ¡ojo! la dejadez puede convertirse en un mal hábito que va a más y que a la larga suponga un escalón demasiado alto y difícil de saltar.
En la alimentación, puede traducirse en una dieta desequilibrada, en la elección de la comodidad sobre la salud.
En el trabajo, puede significar oportunidades perdidas y un estancamiento profesional.
En el amor, puede llevarnos a descuidar a nuestra pareja, a no nutrir la relación con pequeños detalles y atenciones diarias.
Y en la amistad, puede dar lugar a lazos debilitados por la falta de cuidado y/o presencia.
Insisto. La dejadez o la procrastinación a la larga se convierte en un mal hábito que siempre empeora con el tiempo. Cuanto más se posponen las tareas, más difícil se hace romper el ciclo.
Esto se debe a la evitación de emociones negativas asociadas con la tarea en cuestión, como el aburrimiento, la ansiedad o la inseguridad.
Sin embargo, reflexionar sobre esas veces que hemos corrido un tupido velo, y establecer un plan de acción sobre cómo actuar en estas circunstancias, nos respetará beneficios emocionales a largo plazo, siendo el más notorio, estar en paz con nosotros mismos.
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