La autoestima es el resultado del desarrollo de cuatro pilares que cada un@ hacemos de nosotros mismos: autoconcepto, autoimagen, autorrefuerzo y autoeficacia.
Siempre se habla de tener una autoestima alta o baja; sin embargo, la autoestima se tiene o no se tiene, y cuando se tiene, únicamente se puede clasificar como positiva o negativa.
Esta polaridad entre “positiva” o “negativa” fluctúa a lo largo de nuestra vida en función de los retos, los desafíos o acontecimientos que vamos afrontando, y está muy condicionada en función de nuestra actitud frente a ellos, y lo más importante, las relaciones de apoyo que establecemos.
Y aquí os presento el tema de la reflexión que os traigo hoy: ¿Hasta qué punto nuestra autoestima depende de nuestras relaciones con los demás?
Todos aprendemos a vivir, e incluso a sobrevivir, en nuestro día a día.
Nadie lo sabe todo y tod@s alguna vez hemos tenido dudas sobre cómo proceder ante una situación; Incluso puede que algun@s hayamos buscado alguien que nos escuche y nos brinde su opinión o sus consejos.
Pero, ¿cuántas veces recurres a los demás para afrontar tu vida? ¿Cómo crees que te percibe(n) esa(s) persona(s)? ¿Y si has recurrido a ella(s) en más de una ocasión?...
Como comentaba en mi último post, la manera en que nos hablamos a nosotros mismos, hablamos a los demás, o nos justificamos, es muy relevante.
Pongamos un ejemplo:
Tienes un momento complicado y estás muy preocupad@ y no sabes cómo proceder. Recurres a una “persona de apoyo”, puede ser un amig@ o un familiar (una, dos o tres veces), para que te escuche.
En esa relación de confianza, le explicas a tu “persona de apoyo” no sólo la situación/problema que te preocupa, sino cómo te sientes, qué miedos tienes…
Seguramente tu “persona de apoyo” intentando mostrar su empatía para contigo, te diga en un momento dado “Tienes la autoestima baja”.
Y tú no te das cuenta, pero al recibir este mensaje, internamente se está menoscabando más aún tu percepción de tu capacidad de afrontar ese problema/situación.
Si además, en su ánimo de intentar ayudarte, tu(s) amig@(s) adoptan una postura paternalista, y tú aceptas sus consejos en forma de decisiones o indicaciones para que tú procedas, sin saberlo, has aceptado internamente que no eres capaz por ti mism@ de afrontar el problema/la situación, y muy probablemente establecerás una relación de dependencia a lo largo de todo el problema/situación con tu “persona de apoyo”.
Si en el reino animal, el animal fuerte domina al más débil, en la vida social, puede suceder algo bastante parecido. En el ejemplo que os he planteado hemos presupuesto la buena intención de “la persona de apoyo”, pero en la vida real, no todas las relaciones que consideramos “de apoyo” realmente lo son, y nuestros momentos de debilidad pueden ser utilizados por este tipo de personas, para hacernos más daño.
Por tanto, debemos tener mucha prudencia a la hora de elegir quien forma parte de nuestro pequeño círculo de confianza.
Y no sólo eso, debemos poner mucha atención en cómo hablamos de nosotros mismos, porque, aunque se estemos abriéndonos hacia otra persona, nosotros también nos estamos escuchando, y la manera en que elaboramos los mensajes, las palabras que empleamos, pueden construir o destruir nuestra percepción de capacidad para afrontar esa situación.
¿Te ha gustado este post?
Estaré encantada de leer tus comentarios.

Comentarios
Publicar un comentario